Este domingo, mi país elige presidenta. Yo no.
Este post no es anti-Cristina. Simplemente, quiero explicar porqué no voto. Porqué no voto en elecciones argentinas desde 1999.
Recuerdo que esa vez con un amigo dijimos: "Y bue... hay que votar a De la Rúa, que es el menos peor, pero sin muchas esperanzas de que vaya a cambiar el curso de la economía". Concordarán ustedes, queridos lectores, que teníamos razón: la renuncia del impresentable de Chacho, el retorno de Cavallo, diciembre del 2001, etc.
Desde entonces, nunca más vote. Y no veo porqué debería hacerlo. Si los candidatos -de cualquier partido- son los mismos de siempre.
Tomada, los Fernández, los Kirchner, Scioli. Desde acá, se ven muy parecidos a Corach, Bauza, Yoma, los Menem, etc.
Acá abajo, cutpasteo una columna que escribí para Misiones Online hace cinco años, cuando recién llegaba a Nueva York. También la pueden leer acá.
Cinco años después, no me parece que las elecciones en Argentina realmente le ofrezcan opciones a la gente. Creo que el sistema político sigue poblado por personajes nefastos. Y no me calienta para nada quién gane. (Aunque, claro, no me olvido de que mi familia y mis amigos se lo tienen que aguantar).
Así que el fin de semana acá no hay ni voto ni veda electoral -- me la voy a pasar festejando mi cumple que es hoy. Lo que sí necesito de Argentina es el asado con ensalada rusa que me voy a comer esta noche en El Gauchito.
Al gran pueblo argentino, salud.
-----------
Argentina vista desde afuera / Septiembre 21, 2002
Desde que llegué a Nueva York hace dos meses, cuando respondo a la pregunta “¿de dónde sos?”, veo dos tipos de reacciones. Están los que sonríen con simpática cara de nada, como si al mismo tiempo se preguntaran dónde cornos queda eso, si en Sudamérica o en el Sur de Asia. Y están los que saben.
Los que saben también se dividen en dos grupos. Uno: los que de inmediato reaccionan con una pregunta del tipo: “¿qué pasó con la economía argentina?” o “¿qué pasó con la política argentina?”. Dos: aquellos a los que más me cuesta responderles, los que me preguntan: “¿Qué pasó con Argentina en el Mundial?”
Aunque nos cueste reconocerlo, los que saben son los menos. En mi caso, son bastantes los que preguntan, pero es porque estoy en un ambiente de gente relativamente informada: la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia, considerada por muchos la mejor del país. (Columbia entrega los premios Pulitzer, los más deseados en el periodismo estadounidense).
El perfil de compañero de clase promedio que tengo es de jóvenes de clase media alta -- que pueden gastar 50 mil dólares en un año de estudios y vida en Nueva York --, que comulgan con ideas progresistas -- generalmente, son Demócratas --, y tienen un relativo interés en el mundo fuera de las fronteras de los Estados Unidos. Por eso, se entiende que me pregunten por Argentina.
No creo que los demás ciudadanos y habitantes de la potencia mundial que nos tocó en suerte tengan mucha idea acerca de Fernando De la Rúa, Carlos Menem, Gabriel Batistuta o Marcelo Bielsa. Es la triste realidad, triste para nuestro ego de eternos campeones morales.
Aunque a veces Argentina aparezca en el New York Times, quizás el diario más influyente del país, las estadísticas dicen que el común de los estadounidenses -- digamos, Homero Simpson -- se informa exclusivamente a través de los noticieros televisivos de las grandes cadenas: ABC, CBS o NBC. Y en esos programas, las noticias internacionales aparecen muy raramente.
Pero, aunque para ellos casi no existamos -- lo que es absolutamente entendible --, uno no se siente tan “sapo de otro pozo” en Nueva York. Es que aquí casi no se puede evitar hablar en castellano.
Ejemplo: en un bar en Greenwich Village, uno de los barrios con más onda, el argentino, orgulloso de sus años de estudios en la Cultural, pide algo al mozo en inglés. El mozo, macanudo, al detectar el fuerte acento latino, le responde directamente en castellano. Resultado: el argentino, ligeramente frustrado, acepta continuar la conversación en su lengua. Al menos, lo que pidió va a llegar a la mesa sin confusiones.
Es más, la presencia de argentinos se empieza a notar de a poco. Claro que en Nueva York, donde una enorme parte de la población es inmigrante, somos un grupo muy pequeño.
Pero en Queens, donde cada barrio es una colectividad, la esquina de Corona y Junction Boulevard alberga restoranes argentinos, donde se puede comer asado con ensalada rusa (qué placer) los domingos al mediodía.
El otro día, vagando por Queens, justamente, entré a una pizzería italiana. Grande fue mi sorpresa al ver que la pizza era bastante parecida a la pizza porteña (una de las cosas que más se extrañan de Argentina). Pero más grande aún fue cuando el pizzero me empezó a hablar con un acento que me hacía acordar a la Mona Jiménez.
Un argentino más, de los tantos que se vinieron a probar suerte. No le pregunté el nombre, pero me contó que hacía dos años que estaba, que en Queens había cada vez más comercios de argentinos. Y que se quería volver lo más pronto posible. “Ni bien agarre unos mangos”, dijo.
Un argentino más, en busca de hacer unos mangos. Son tantos los que andan por el mundo en este momento: Miami, Barcelona, Roma, Nueva York. Incluso Varsovia, me imagino, cuando recuerdo las colas en el consulado polaco en Buenos Aires.
Al pensar en ellos, me siento un privilegiado. Estoy acá estudiando, gracias a que me otorgaron dos becas. No tuve que huir de mi país perseguido por el desempleo (aunque me habían bajado el sueldo en los dos trabajos que tenía), no tuve que romper reglas migratorias para quedarme en un país extranjero, no tuve que aceptar trabajos que nunca haría para poder subsistir.
Espero que esta segunda generación de exiliados argentinos tenga la oportunidad de volver al país, a trabajar tan duro como lo hacen ahora en tantos lugares del mundo. Pero para eso necesitan que les ofrezcan algo a cambio, así sea algo tan simple como la estabilidad laboral y un sueldo que alcance para vivir.
Sin embargo, cuando me conecto a Internet para leer los diarios misioneros y argentinos, veo lo de siempre: Menem en actos proselitistas, Rodríguez Saá otro tanto. Más de lo mismo.
Que se vayan todos, ¿era por los políticos o por los jóvenes de mi edad?
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment